jueves, 26 de agosto de 2010

Un cementerio de trenes en Uyuni.

El pequeño pueblo de Uyuni, perteneciente al estado de Potosí, fue el primer lugar de Bolivia donde se escuchó el silbido de un tren. Allí se tendió la primera línea ferroviaria del país en 1899, que unía Uyuni con Antofagasta. El potencial de las minas de plata de Huanchaca hicieron que el ferrocarril pronto se convirtiera en columna vertebral del desarrollo industrial y como los juncos en las orillas fértiles de los ríos, muchos pueblos nacieron a la orilla fértil de las vías. Pero los trenes partían repletos de plata y, a cambio, en ellos solo regresaban gentes de otros lugares con la única intención de subsistir y ganarse la vida, sin reparar en la honradez para conseguirlo. Y como suele suceder en estos casos, los beneficios de la plata fueron a bolsillos extranjeros hasta que otro lugar les fue más rentable que Uyuni y, lentamente, los trenes que fueron vida y orgullo de aquellas gentes fueron quedando varados en las solitarias vías muertas de este lugar.
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El altiplano Boliviano es en su conjunto un mundo irreal donde los paisajes que encuentra el visitante se le antojan más propios de la imaginación de un pintor surrealista que de la propia obra y capricho de la naturaleza. Uyuni es conocido popularmente por su salar, una gigantesca extensión blanca de sal y litio rodeada de abruptas montañas, pintorescos desiertos y lagunas de colores imposibles que son la delicia de flamencos y turistas. Y como broche de bronce para estos increíbles parajes, encontramos el viejo cementerio de trenes de Uyuni, aunque para ser sinceros, en lugar de bronce deberíamos decir fierros retorcidos y oxidados.
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Hoy en día, los perfiles herrumbrosos de todas aquellas máquinas permanecen desafiantes al terrible clima, como museo del pasado o como continentes vacios para el recuerdo de todas las historias que se vivieron y contaron en su interior. En días de fuerte viento, éste se cuela por los orificios desvencijados haciendo silbar de nuevo a las máquinas, que quizás, todavía no se percataron de que jamás llegarán a la próxima estación.
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Esos trenes que permanecen empequeñecidos por la inmensidad del altiplano, por el cielo impecable que los resguarda, abatidos por el feroz viento que a veces recorre por el lugar, se está convirtiendo en un peculiar atractivo turístico. Distinto a los maravillosos paisajes que caracterizan la zona, se trata más bien de un paraje hecho de herrumbre y olvido, de oscuros fierros y piezas. Visitar el cementerio de trenes es como asomarse al desván de parte de nuestra historia, una historia que viajó en tren y que dejó más penas y vientos que riquezas prometidas.
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Y es que visitar este panteón de fierros herrumbrados y abandonados da pie a imaginar todo aquello que esos trenes arrastraron a su paso. Se tiene la impresión de estar visitando unas ruinas arqueológicas, sólo que no se trata de vestigios de culturas milenarias porque éstas son unas ruinas de el reciente siglo XX.Después de admirar la maravilla natural que es el salar de Uyuni y como para contrastar la sensación de deslumbramiento por la naturaleza, el visitante tiene la oportunidad de toparse con estos trozos de memoria que permanecen conservados por el frío de Uyuni.

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